martes, 3 de mayo de 2016

Texto de Luces de Bohemia

Su Excelencia toca un timbre. EL UJIER acude soñoliento. MÁXIMO ESTRELLA, tanteando con el palo, va derecho hacia el fondo de la estancia, donde hay un balcón.

EL MINISTRO.—Fernández, acompañe usted a ese caballero, y déjele en un coche.
MAX.— Seguramente que me espera en la puerta mi perro.
EL UJIER.—Quien le espera a usted es un sujeto de edad, en la antesala.
MAX.—Don Latino de Hispalis: Mi perro.

EL UJIER toma de la manga al bohemio. Con aire torpón le saca del despacho, y guipa al soslayo el gesto de Su Excelencia. Aquel gesto manido de actor de carácter en la gran escena del reconocimiento.

EL MINISTRO.—¡Querido Dieguito, ahí tiene usted un hombre a quien le ha faltado el resorte de la voluntad! Lo tuvo todo: Figura, palabra, gracejo. Su charla cambiaba de colores como las llamas de un ponche.
DIEGUITO.—¡Qué imagen soberbia! 
EL MINISTRO.—¡Sin duda, era el que más valía entre los de mi tiempo!
DIEGUITO.—Pues véalo usted ahora en medio del arroyo
EL MINISTRO.—¡Veinte años! ¡Una vida! ¡E, inopinadamente, reaparece ese espectro de la bohemia! Yo me salvé del desastre renunciando al goce de hacer versos. Dieguito, usted de esto no sabe nada, porque usted no ha nacido poeta, oliendo a aguardiente, y saludando en francés a las proxenetas.
DIEGUITO.—¡Lagarto! ¡Lagarto!
EL MINISTRO.—¡Ay, Dieguito, usted no alcanzará nunca lo que son ilusión y bohemia! Usted ha nacido institucionista, usted no es un renegado del mundo del ensueño. ¡Yo, sí!
DIEGUITO.—¿Lo lamenta usted, Don Francisco?
EL MINISTRO.—Creo que lo lamento.
DIEGUITO.—¿El Excelentísimo Señor Ministro de la Gobernación, se cambiaría por el poeta Mala-Estrella?

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