viernes, 1 de abril de 2016

Textos líricos para el lunes 4 de abril

¡Hermano de mi alma! ¡Oh rosal amarillo,
que esta tarde de otoño te inflamas de belleza,
qué enfermo se hace el sol para tu dulce brillo,
rosal del sol, de hueso, de olvido y de tristeza!
¡Corazón, alma en flor, oh rosal ignorado,
de rosas amarillas y perfume doliente!,
¿por qué, en este rincón de jardín olvidado
te mustias, en un sueño de auroras de poniente?
¿Cuál ilusión errante envuelves en fragancia?
¿Quieres un sur de nieve, quiere un norte de oro?
¿A qué exhalas tan triste perfume de distancia
si tienes en ti mismo, ¡oh rosal!, tu tesoro?

Juan Ramón Jiménez, La soledad sonora

Mi alma es hermana del cielo
gris y de las hojas secas;
sol enfermo del otoño,
¡mátame con tu tristeza!
Los árboles del jardín
están cargados de niebla:
mi corazón busca en ellos
esa novia que no encuentra;
y en el suelo frío y húmedo
me esperan las hojas secas:
¡si mi alma fuera una hoja
y se perdiera entre ellas!
El sol ha mandado un rayo
de oro viejo a la arboleda,
un rayo flotante, dulce
luz para las cosas muertas.
¡Qué ternura tiene el pobre
solo para las hojas secas!
Una tristeza infinita
vaga por todas las sendas,
lenta, antigua sinfonía
de música y esencias,
algo que dora el jardín
de ensueño de primavera.
Y esa luz de ensueño y oro
que muere en las hojas secas
alumbra en mi corazón
no sé qué vagas tristezas.

Juan Ramón Jiménez, Arias tristes

Eternidad, belleza
sola, ¡si yo pudiese,
en tu corazón único, cantarte,
igual que tú me cantas en el mío,
las tardes claras de alegría en paz!
¡Si en tus éxtasis últimos,
tú me sintieras dentro,
embriagándote toda,
como me embriagas todo tú!
¡Si yo fuese –inefable–
olor, frescura, música, revuelo
en la infinita primavera pura
de tu interior totalidad sin fin!

Juan Ramón Jiménez, Piedra y cielo

Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque en mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamado azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
Ahora soy ya mi mar paralizado
el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un
dios.
El dios que es siempre al fin
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El dios. El nombre conseguido de los nombres.

Juan Ramón Jiménez, Dios deseado y deseante



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